LA SABIDURÍA DE LOS NATURALES DE NUESTRA AMÉRICA
Sergio Briceño García*
El título de este artículo recuerda a José Martí quien llamó naturales a los habitantes originales de Suramérica y el Caribe, y Nuestra América a esta región del mundo.
El hombre y la mujer del siglo XXI tienen un compromiso vital que cumplir con la historia de la humanidad. Este siglo es decisivo para marcar el destino de su especie. Sobre este asunto trascendental hay dos opciones: a) seguir el curso de la historia guiándonos por la filosofía de la cultura occidental, hoy globalizada, cómplice de los terribles peligros que nos acechan o b) responder conscientemente ante la verdad científica, que nos enseña sobre el desastre causado al ambiente, principalmente por los países industrializados, con sus consecuencias caóticas para la perpetuación de la vida en el planeta. La primera opción nace de la ignorancia porque la mayoría de las personas no saben la gravedad de lo que está pasando. Mucho peor es, asumir esta opción con la convicción filosófica imperante en el mundo, desde que las falsas creencias religiosas la incubaron en la conciencia de nuestra civilización, de la supuesta superioridad del ser humano sobre el medio que lo rodea. La religión católica enseña, sin ninguna veracidad, que Dios es el creador del Universo en vez de entender todo lo contrario: el Universo es el creador de Dios: materia-vida-idea. La vida se origina por una compleja evolución de la materia orgánica que tardó miles de millones de años, luego se sucedería la evolución y mutaciones de las especies por otros millones de años hasta llegar a la escala superior de la especie humana en la cual se alcanza la última generación de la evolución biológica. Ésta se corresponde con la más compleja organización de la materia la cual permite la función físico-química de la inteligencia y la creatividad. Con estas dos maravillosas funciones biológicas el ser humano, haciendo uso de la razón, de la reflexión y del alma, fue capaz de inventar: las creencias religiosas, las utopías, la filosofía, la ciencia, la cultura, la tecnología, la industrialización, la explotación del hombre por el hombre y el capital, no al revés. Primero fue el Planeta Tierra, la Madre Tierra o la Pachamama, después el Hombre y finalmente el invento humano más sublime: la idea de Dios Todopoderoso, el Padre Nuestro, y la Teología.
Las creencias religiosas por ser dogmáticas rechazan cualquier otro razonamiento filosófico que no sea el de la Teología y no aceptan el método científico para buscarle explicación lógica a su predicamento. La Fe en Dios es la esencia y última explicación para todas las religiones. Independientemente de su irracionalidad y falta de objetividad, la religiosidad, por su naturaleza íntima y de sentimientos profundos, forma parte de una característica esencialmente humana. La condición subjetiva o espiritual del hombre es una de las características fundamentales de nuestra especie y las religiones son una de las tantas manifestaciones de la espiritualidad y de la subjetividad de los pueblos pero no las únicas. En esta categoría se clasifica también toda la potencialidad creadora no religiosa de la humanidad. El ser humano es simultáneamente pensamiento reflexivo y sentimiento; cerebro y alma; realismo y abstracción; todas éstas son expresiones de la inteligencia. Las religiones forman parte de la diversidad del pensamiento es posible disentir de su planteamiento filosófico pero hay que respetarlas por el derecho a la libertad de cultos. Los creyentes de todas las religiones del mundo ayudan mucho al empeño de los ecologistas por salvar la vida en el planeta, cuando asumen la idea del bien y del mal en un sentido correcto. La idea del bien debe estar asociada a la sanación del ambiente y a la conservación de la vida. La idea del mal debe estar asociada a identificarlo y a reconocerlo en las causas estructurales que ponen en peligro la vida en la Tierra. Del lado del bien se encuentran los pueblos y del lado del mal están las cúpulas defensoras de los intereses del capital entre ellas las altas jerarquías eclesiásticas. La sabiduría de los naturales de nuestra América consistió en cultivar, creer, y construir siempre una idea del bien asociada al cuidado, preservación y conservación de la naturaleza la cual representaba para ellos la esencia y última explicación de todas las cosas no subordinada al hombre.
La Iglesia Católica, no el pueblo cristiano ni los movimientos evangelizadores y ecuménicos, suele predicar que basta rezar para salvar al mundo. Es difícil suponer que la Iglesia, por lo menos la Apostólica y Romana, va a ponerse al lado de los pueblos en vez de continuar siendo el soporte moral del capitalismo causante principal de la contaminación del planeta. Las luchas conservacionistas, ambientalistas y ecologistas se nutren de militantes sin distingos de razas, credos o religiones. Las diferencias filosóficas se ponen a un lado en la práctica cuando se trata de salvar la vida de la especie humana El instinto de perpetuación de la especie es capaz de unir al género humano cuando está en juego su preservación. Otra cosa son las Iglesias que piensan según sus grandes intereses entrelazados con el capital. Si no fuera así la “Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra” tendría que realizarse en el Vaticano presidida por el Sumo Pontífice y no en Cochabamba convocada por Evo Morales.
La filosofía de la actual civilización coloca en el centro de todas las cosas al Ser, al Existencialismo, a Dios o al pragmatismo del capital que es la máxima invención frankeisteniana del hombre. Es una filosofía que subordina la naturaleza a la inteligencia del hombre para ponerla a su servicio y destruirla. Hace 50 años se pensaba que esto sólo era posible por una guerra nuclear nada descartable en el presente. Hoy en día es el cambio climático, producido por la contaminación del ambiente, la contra utopía y el desaguisado de los peores desatinos del ser humano.
Todas las civilizaciones que se generaron por la sabiduría de los naturales de nuestra América: la Azteca, la Maya, y la inca, nos dejaron por herencia cultural una filosofía radicalmente opuesta a la que nos impusieron los conquistadores en el siglo XVI. Sin ir muy lejos en nuestras propias tierras los Tamanacos profesaban el culto del Padre Amalivaca según la cual la especie humana germinó de las semillas del moriche que fueron diseminadas después de una gran inundación. Los llamados indios salvajes, aquellos que supuestamente carecían de alma, a quienes defendió el clérigo Bartolomé de las Casas de la crueldad de la Santa Iglesia, aquellos naturales de nuestra América, miles de años antes de ser exterminados por la civilización occidental, ya habían desarrollado fecundos sentimientos superiores de armonía entre el hombre y la naturaleza. Los ultracivilizadores, estériles de amor a la naturaleza, de las cúpulas dominantes, en los países desarrollados, han sido incapaces de generar valores para cuidar el planeta, sino todo lo contrario.
Los tradicionales ataques de la derecha intelectual siempre han caricaturizado la sabiduría de los naturales de América identificándola con la antítesis del progreso y de la civilización. Hay que reconocer que el progreso logrado por la actual civilización ha alcanzado altos niveles de avances científicos, económicos y culturales en los países desarrollados e industrializados. El problema está en que esas comodidades y mejoras son sólo disfrutadas por la minoría del Planeta en correspondencia con la filosofía discriminadora de nuestra civilización: racista, explotadora, dominante e imperialista. Pero lo más dramático es la filosofía frankeisteniana de nuestra civilización que no se ha conformado con ser la causa del hambre y la miseria globalizada, que no se ha inmutado en producir toda la variedad de armas destructivas superiores a la posibilidad de sobrevivencia del Mundo y ahora, como si fuera poco, desestabiliza las condiciones favorables para la vida invadiendo la atmósfera de gases contaminantes causantes del cambio climático.
La utopía realizable de una nueva civilización debe apuntar hacia: a) la equidad social para que los avances logrados por la inteligencia humana en educación, salud, alimentación, comodidades y vivienda sean disfrutadas por toda la población mundial, b) la eliminación de las armas de destrucción masiva y la utilización de la energía atómica sólo con fines pacíficos, y c) la sustitución de las causas estructurales causantes de la pérdida de la capa de ozono y del cambio climático por un nuevo modelo civilizador factible para la perpetuación de la vida en el planeta.
La humanidad tendrá que evolucionar, mutar o saltar a una etapa superior de su historia, con la abolición del neoliberalismo y el capitalismo para fundar, instaurar e innovar un nuevo modelo societario del siglo XXI en la civilización del tercer milenio.
*Profesor, ex Director Ejecutivo de la Casa de Nuestra América José Martí.
sergiobricenog@yahoo.com
padreamalivaca.blogspot.com
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